Pertenezco al grupo de compradores de alimentos envasados.
No nos vale con estar y apuntar en un cuaderno
si llovió, si hoy la taza de café nos sentó bien,
leemos la letra diminuta de los conservantes,
tenemos que comprender lo que hacemos y no hacemos,
tenemos que comprender la cola en el supermercado,
los dedos pequeños de las cajeras que teclean y pasan por el
escáner
alimentos y botes para limpiar el horno.
Miramos al frente, miramos las maquinillas de afeitar,
somos ordenados, constantes, aritméticos, tenemos hambre,
buscamos siempre el sentido de las cosas
y el aceite de oliva virgen extra,
somos personas serias que siembran y recogen,
trabajamos de sol a sol por esa Coca Cola que beberé en
casa.
Estamos bien en casa,
tenemos calefacción y ropa cómoda,
tenemos granos, verrugas genitales, ampollas, aftas,
infecciones, migajas después de comer un bocadillo, piel reseca, picores,
glándulas de Fordyce en las comisuras de la boca, el sonido del asma, la
disfunción eréctil, por no hablar del sentido de la vida.
Que la vida sea sencilla y nada agobie
salvo el esfuerzo de enamorarse
mirar a la cámara y decir, “te lo dedico”,
no importa el tinte del pelo, ni el bíceps femoral,
no importa si lograste, hiciste, fuiste, alcanzaste,
“subí la cumbre”, “mi detergente lavó mucho más blanco”.
Ya ni siquiera hay alegría en las terrazas de los bares.
Nos preguntamos cual sería el estatus, en qué categoría,
cuántos cubiertos de plata,
cuántas zapatillas de deporte,
cuántos premios de poesía querríamos tener en el armario,
sabemos que necesitamos iPads,
sabemos que vivir medio desnudos en la selva no nos haría ni
puta gracia,
al menos en principio,
qué sentido tendría tirar flechas,
qué aportaríamos al mundo tapándonos el rabo con hojitas,
saltaríamos alrededor del fuego y sudaríamos,
seríamos hombres, beberíamos agua.
Cómo se vive la vida en ese punto,
en plan comerse algo con las manos,
guarrear, mancharse la camisa, manchar el sofá,
vivir completamente húmedo, vivir desnudo
y con ganas constantes de follar, reír, saltar, gritar.
Pertenecemos al grupo,
nos ponemos morenos bajo el sol.
Tal vez echaríamos de menos nuestro carnet de conducir,
los nervios que hacen que nos tiemblen los papeles en las
manos,
las grandes cuestiones,
ese polvo estelar que es una multa o una declaración de
hacienda,
decir te quiero, decir te quise, decir oh qué belleza, decir
Ministro de Justicia, decir baños lo bastante grandes para respirar en ellos,
decir no te preocupes, de verdad, no te preocupes, yo estoy bien, yo estoy
bien, yo estoy bien, yo estoy bien, yo estoy bien, yo estoy bien, gracias.
Y eso es lo que nos pasa,
siempre hay otro sitio en donde luce el sol
y la
ropa se seca en 10 minutos.
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