martes, 28 de mayo de 2013

¿Cómo son las mujeres de verdad?


Las mujeres de verdad son mujeres que te llaman varias veces al trabajo para contarte cómo están y preguntarte qué quieres de cena o a qué hora sales y qué haces. 

Con michelines. 

Con bragas de algodón.

Esther era una mujer de verdad. Era alta, rubia, con una hija de 10 años y un Mini Cooper descapotable. Nos conocimos en una discoteca, nos miramos, bailamos, sentimos las leyes de Newton, sentimos la radioactividad. Todos sus amigos eran gays. 

Tenía defectos. Sus herpes en la boca, el olor fuerte de su coño, su culo gordo, pero cuando gritaba de placer al llegar al orgasmo era perfecta, rubia, con las tetas operadas. Por las mañanas yo salía desnudo al balcón y gritaba buenos días. Así era nuestro amor.

Llamo a mi jefe por teléfono para decirle que me he enamorado, también llamo a la directora de Recursos Humanos para decirle que rechazo el traslado, que he conocido a alguien, que no puedo negar esto que siento, que me quedo aquí, que me deshago y que estoy muy a gusto en la empresa, claro, y que con el equipo muy bien, claro, la gente es lo importante, los proyectos, las ventas que vayan para arriba. Adoro mi trabajo. 

Salgo a las ocho y voy corriendo a casa a follármela otra vez, a ponerla de culo mientras ella grita y me dice que tengo un hierro, y qué dura está, un hierro, qué dura, un hierro y me corro dentro porque con ella no me importa tener hijos, así era nuestro amor, la locura de tener un hijo con esta rubia que parece perfecta durante el primer mes, la novia ideal, la mujer ideal, la madre ideal. Salvo por el fuerte olor a coño que en realidad no me importaba.

Después de un mes decidimos hacer oficial nuestra situación sentimental en Facebook. Tenemos una relación. Esto va en serio, qué te crees. Me fui a vivir a su casa. Nos duchábamos juntos, desayunábamos con su hija, la acompañábamos al cole, éramos como un matrimonio en la salud y en la enfermedad, nos dábamos la mano, hacíamos footing juntos, me hacía unas mamadas increíbles. 

Mientras yo estaba en el trabajo, Esther me llamaba varias veces por teléfono, al principio me hacía gracia, hola amor, te quiero amor, te echo de menos amor, pero en realidad tenía mucho trabajo y no hacía falta llamar tanto. Un día se lo dije, perdona cariño, tengo mucho que hacer, hablamos luego, no te enfades. 

Pero se enfadó. Se enfadó mucho.

Y empezó a enfadarse mucho todo el rato. Gritaba, lloraba, tiraba cosas al suelo, se volvía loca. Todos los días pasaba algo que la hacía estallar. Cualquier gilipollez. Gritos, amenazas, eres un cerdo. ¿Pero por qué? Por las noches su hija nos oía desde su dormitorio. Lloré varias veces al borde de la cama. Pedí perdón. Empecé a sospechar que había algo podrido en ella, una mujer de verdad, el fuerte olor a coño debía ser por eso. La noche que me quitó el móvil de las manos y lo estrelló contra el suelo fue nuestra última noche juntos. Seguro que estábamos molestando a los vecinos.

Desde entonces busco mujeres de mentira, mujeres sin olor, sin sabor, mujeres cuya vagina sea como el coño de una muñeca hinchable, algo artificial, algo limpio y suave como un consolador de color rosa, una chica que escriba poemas a las tazas de café y haga fotos con una Nikon 5000, una estudiante con eccemas esporádicos debido al estrés de los exámenes, alguien con quien hablar por whatsapp y por skype, que viva con sus padres y fotocopie los apuntes dos veces por semana. 

1 comentario:

isabel bono dijo...

si eres capaz de mantener este ritmazo
durante todo el texto
(que ya imagino más largo)
ole tú

igual salgo a gritarlo al balcón (terraz)
por si me oyes