jueves, 29 de diciembre de 2011

irse

irse de una ciudad es complicado, es muy sencillo, es algo así como dejarse caer, estar cayendo, de pronto te despiertas un día y dices ya estoy aquí, por fin se obró el cambio, y a empezar de nuevo a hacer las calles, a hacer los rostros, los nombres de los vecinos, los camareros, encontrar tu café favorito, la línea de puntos que te lleva de aquí a allí, los barrios donde pasan cosas, las vistas desde tu nuevo hogar, me pregunto cómo será el sonido de mi nueva casa a las 23:37 h de la noche, cómo será la luz por las mañanas, cómo será ducharse antes de salir, cómo las siestas, cómo el desayuno de los sábados, me pregunto si quedaré los viernes con alguien, si los cines, los conciertos, si la gente, dónde habrá un buen médico, dónde podré comprar el detergente, con quién me gustará charlar en las barras de los bares, a quién llamaré cuando esté solo. Los últimos días antes de marcharte son días sin estructura, días disueltos, de vez en cuando pones lavadoras, guardas cosas, tiras toda la mierda, te das cuenta de que tienes decenas de prendas de ropa que no utilizas, llenar armarios para nada, meterle peso al hogar, ropa de cama, toallas, tienes que amortiguar los golpes, mantas, papeles, revistas. Lo más duro es saber que en realidad solo necesitas una maleta y sin embargo contratas una empresa de mudanzas porque no sabes vivir de otra manera. Pero estoy aprendiendo. Lo juro.

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