lunes, 9 de diciembre de 2013

El Mesías


Entre los 20 y los 30 años me he desarrollado por imitación. Mi amigo Malpartida fue un ejemplo. Imitaba su dandismo, ese vestir impecable del señor que escribe y que lee a Larra, del señor que escribe y que lee El País, del señor que escribe y que se acoda en la barra del bar y que habla con la camarera, estás bellísima, cuando le veo le pregunto algo y responde con una historia acerca del dolor, mucho dolor, pasión, agua pasada, estás bellísima, le dice a la camarera que se detiene a su lado, con rizos, con vaqueros, estás bellísima, le dice mientras pone una mano en su cintura. Seguro que ya se la ha follado. Mucho dolor, seguro. Empecé a comprar pantalones de vestir, iba a Zara y le decía al vendedor gay que me recomendara algo bonito, con clase, que me ayudara a combinar la ropa, aunque casi siempre me llevaba lo mismo, algo negro arriba, un jersey, un suéter, una camisa, y para abajo pantalones grises con la raya en medio y zapatos negros, brillantes, lujosos, una provocación. Había que beber mucho y subrayar los libros, si estudiabas Ciencias Políticas molabas más, estabas más actualizado, más en la onda de lo que acaba de pasar, y escribías con más rabia, con boli bic de color negro, hablabas del jabón con olor a coco de los servicios de la Carlos III, desabrochabas sujetadores con suma facilidad. Esa época pasó, pero mientras pasaba, yo iba con mi maletín de piel a todas partes, mis camisas, mi actitud de saber de qué va el tema y eso, el joven que está de vuelta, el joven que folla y que escribe y se emborracha, mucha actitud, mucha bohemia, mucho probar con unas y con otras y con otros, en realidad había que darle a todo, probarlo todo, dilatar bien. Sobre algo hay que escribir ¿no?

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