jueves, 14 de noviembre de 2013

Patones


Hoy he ido a Patones, un pueblo de pizarra al norte de la Comunidad de Madrid. Se supone que iba a un pueblito de piedra perdido de la mano de dios, con mucho encanto, un pueblo de los de antes, con gente de pueblo y gatos en la calle, con ropa tendida, con abuelas que saludan y barren la entrada de la casa, pero resulta que Patones está lleno de restaurantes y casa rurales, es un pueblo de mentira, de cartón piedra, allí todo está demasiado cuidado, como nuevo, como recién construido en el siglo XII, hay cartelitos que explican su historia, hay un río, una fuente donde antiguamente lavaban la ropa, unos sitios donde aventar la cosecha y separar el grano de la paja, también hay lugares para cagar sin que te vean los vecinos, lo digo porque no podía aguantarme más y busqué un buen sitio para plantar un truño, nadie me vio, fui a lo alto del pueblo, donde hay algunas casa en ruinas que debían pertenecer al poblado más antiguo, y allí cagué y me limpié el culo, pisé un saltamontes sin querer y espanté un par de moscas. Luego, ya más ligero, busqué un lugar con buenas vistas para sentarme y disfrutar, y me senté, me daba el sol en la cara y corría algo de aire, me hice un par de fotos a mí mismo pero salí muy feo, empecé a pensar en el silencio, en la tranquilidad, empecé a pensar que en Parla no hay este silencio, cuando estoy en casa se oyen muchas cosas, ruidos de vecinos, ruidos de la calle, la música que pongo para no oír los otros ruidos. Pensé que el silencio de un pueblo como este debe ser bueno para algo, bueno para la salud, la tensión, los niveles de glucosa, no sé, bueno para respirar profundamente y sentir la vida sin tantas conversaciones ni olor a cigarrillos. Una vida sin teñir, una vida sin depilar. Una vida con plantas medicinales y pan con chorizo. Pero Patones es como un plató de televisión, todo está ahí para hacerle fotos, no tiene vida, sólo gente que viene en coche desde la cuidad para ver ese pueblo tan bonito y tomarse una caña y comer o cenar en uno de los diez o quince restaurantes que hay. Ah, y a hacerse fotos. Busco un pueblo pequeño, pero un pueblo de verdad, un pueblo donde se pueda vivir y se pueda salir a tomar una caña al bar y comprar el pan en la panadería y el pescado en la pescadería y la carne en la carnicería, un pueblo donde haya más vecinos que turistas y si te duele algo te tengas que joder porque el médico del pueblo sólo pasa consulta una vez a la semana y tienes que ser duro y apretar los dientes y buscar a la vecina para que te diga algún remedio natural. Un pueblo de esos en los que te endureces, te sale cayo en el cuerpo, te lavas con agua helada, te haces tú mismo la comida, te curas solo o la palmas. No un pueblo peripuesto para señalar las cosas y admirar las cosas, sino un pueblo sufrido, donde todos se conocen y se ayudan y se critican. Pero un pueblo con una ciudad relativamente cerca, para salir y gritar de vez en cuando. 

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