viernes, 22 de febrero de 2013

DOCUMENTO 5

A veces en mi mente aparecen los mejores poemas por escribir, los mejores poemas del mundo, las obras maestras que los niños aprenderán de memoria dentro de 75 años, poemas enormes que leerán en algún tipo de proyección de imagen ultramoderna, tal vez un implante cerebral les permita recibir y pensar estos poemas geniales y brillantes que se me ocurren de pronto mientras me ducho, cago, afeito, meo, meriendo, camino por la calle, veo una cosa, hablo con este y hablo con aquel, poemas que habrá que estudiar y analizar como si fueran rocas metamórficas, la importancia de entender lo que pasó aquí en mi cama en 2013, el sobrecogedor impacto de una almohada mal colocada en la que apoyo mi espalda, los auriculares Sony para escuchar música en lugar de sentirla como sí la sentirán esos niños dentro de 75 años en las escuelas del futuro. Veo esos poemas que podría escribir si me sentara de pronto y pidiera un café y algo de silencio en cualquier calle. No sentarse a escribir implica el riesgo del anonimato, la pérdida de un tesoro nacional, ser el poeta, ser el sentimiento de este siglo, de estas máquinas que empiezan a latir y a comprendernos.

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