Antes de los 6 años recuerdo que en el colegio nos sentábamos en mesas hexagonales, teníamos uniforme y yo siempre lloraba antes de entrar en clase. Las mesas eran verdes. No recuerdo el nombre de ninguno de mis compañeros. Lo más difícil era aprender a restar y decir cra cre cri cro cru. Las restas eran un misterio para mí, yo veía dos filas de números y una rallita y sabía que aquello era una resta. Mi sistema para averiguar el resultado era sencillo, elegía cuidadosamene algunos números, un poco al azar, un poco por intuición, y ya estaba. Cuando la profesora me corregía todo estaba mal, bueno, a veces alguno de los números era correcto, un 3, un 7. Como no daba con la solución iba llorando a uno de mis compañeros para que me hiciera las restas ¿me lo haces? y mi compañero escribía sus números y yo volvía a la mesa de la profesora con el resultado correcto y una sonrisa.
No recuerdo el momento en que aprendí a restar de verdad, el momento en que la matemática, el cálculo exacto, resto 3 me llevo 2, entró en mi vida. Me gustaba eso de tener 2 filas de números y sospechar que el resultado estaba ahí, entre esos números que yo debía elegir correctamente. Más intuición que cálculo, más juego que razón, más sospecha que lógica. Cuando empecé a comprender, cuando descubrí que la m iba siempre antes de la p o de la b, todo cambió.
Por ejemplo el miedo de tener que escribir por primera vez la palabra construir y no saber, un profesor con barba y camisa marrón a cuadros nos hizo un dictado, no era nuestro profesor, era de otra clase pero nuestra profesora estaba enferma y vino el profesor con barba y dijo, dictado, y luego dijo Pedro construyó una casa con ladrillos, y yo miraba a la chica de al lado con horror, la misma chica que sabía que el alcalde de Madrid se llamaba Enrique Tierno Galván ¿el alcalde de Madrid? esa fue la pregunta de un examen, ¿cómo se llama el alcalde de Madrid? y yo ¿cómo? ¿el alcalde? de nuevo miraba a izquierda y derecha sin saber qué poner, ¿para qué quería yo saber el nombre de este señor? Me levanté como para ir al servicio y pude leerlo en el cuaderno de mi compañera de atrás, letra redondita, clarita, letra de niña lista que escribe con cuidado y coge el boli de manera rara.
Una vez me castigaron de espaldas en el rincón, no recuerdo por qué, imagino que sería por copiar, pero fue un castigo y yo todo me lo tomo muy en serio, me castigaron y yo cumplí mi castigo con disciplina, tenía que ir al servicio, pero estaba castigado y me hice pis encima, luego la profesora, cuando mi madre fue a cantarle las cuarenta me dijo que hay que ver, Manuel Fernando, podías haberme pedido permiso, pero yo no pido nada cuando estoy castigado. Y luego ya se sabe, el dolor, el psicólogo, el lexatin, el sueño oscuro, la presión en el pecho.
Cuando las mesas dejaron de ser verdes y hexagonales todo empeoró. Ya nunca volví a emocionarme al ver nevar desde la ventana. Aprendí la aritmética, la geometría, la teoría de conjuntos, los polinomios, aprendí el Tratado de Tordesillas y la Química Inorgánica.
2 comentarios:
¡Qué buen recuerdo los tiempos de estudiante de parvulitos en mesas hexagonales!
¡Me has teletransportado,gracias!
---Tus compañeros eran una llamada Mari Carmen que vivia en el mismo bloque y otro Israel, hermano de Africa, y que un vez le diste un beso a Mari Carmen.
---Asi has salido.
---Te acordaras cuando rompiste la mesa de cristal, igual que cuando junto con tu hermana tirasteis y rompisteis la television y os subiais por la pared del pasillo como el hombre araña, cuando tiraste el bidon del aceite en la moqueta etc, etc.
---Buen relato
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