Irse de una ciudad es algo así
como dejarse caer,
estar cayendo.
Empezar de nuevo a hacer los nombres
de los vecinos y de los camareros,
encontrar tu café favorito,
la línea de puntos que te lleva de aquí a allí.
Cómo será el sonido de mi nueva casa a las 23:37 h de la noche,
cómo será la luz por las mañanas,
cómo será ducharse antes de salir,
cómo las siestas,
cómo el desayuno de los sábados.
Me pregunto si quedaré los viernes,
si los cines,
si los conciertos,
si la gente,
dónde habrá un buen médico,
dónde podré comprar las pizzas congeladas.
Los últimos días antes de marcharte son días sin estructura,
días disueltos,
de vez en cuando pones lavadoras,
tiras toda la mierda,
kilos de ropa que no utilizas,
no sabes vivir de otra manera,
llenar armarios para nada,
meterle peso al hogar, ropa de cama,
toallas para amortiguar los golpes.
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