Puede que lo más sencillo del mundo sea un vaso de agua, no necesitamos mucho más. De pequeño pasaba media hora peinándome frente al espejo, el pelo debía estar perfecto, si el pelo no estaba perfecto me veía horrible y no podía salir a la calle. Ahora sé que en realidad el pelo no importa, que nada importa, pero sigo cuidando mi pelo, me depilo las cejas, me dejo barba de 3 días. Es una cuestión vital. Mi padre se metía conmigo, decía que yo era peor que las putas baratas y se reía, mi prima Patricia me hacía burla y ponía voz de tonta. Yo me miraba fijamente en el espejo del baño, ignoraba las risas, movía la cabeza hacia un lado, cogía un espejo pequeño para verme por detrás, para verme de perfil, de frente, con la cabeza inclinada hacia delante, luego hacia atrás, luego otra vez de perfil. Hasta que mi peinado no era perfecto, al milímetro, no salía de casa. Además de mi pelo cuidaba mis zapatillas de deporte Nike con suela de gomaespuma. Mi ropa favorita era un chandal Kappa. La tarde que quedé por fin con Paula para ir al cine, me puse mi chandal. Teníamos 12 años. Habíamos quedado David Mena y yo con Paula y una amiga suya que le gustaba a David. Paula era morena y me enamoré de ella un verano jugando a las cartas en la piscina de la urbanización. Unas horas antes de la cita con Paula y su amiga, David Mena vino a mi casa y me dijo, voy a ponerme mi mejor ropa, le di un abrazo y dije, yo también. Por eso me puse mi chandal Kappa. David Mena se puso unos vaqueros negros y una camiseta blanca de manga corta. David Mena fue mi mejor amigo entre abril y octubre de 1987. Se lo pedí una tarde montando en bicicleta en el parque ¿quieres ser mi mejor amigo? me caí de espaldas con la bici y perdí la respiración por un momento, él me ayudo a levantarme ¿estás bien? y yo ¿quieres ser mi mejor amigo? David Mena tenía una letra horrible y no sacaba buenas notas, decía que de mayor quería ser soldado. Muchas veces iba a clase con ropa de camuflaje. Como David Mena era mi mejor amigo dejé de hacer los deberes para sacar malas notas yo también, la profesora Julia se acercaba al pupitre y me decía que hay amores que matan pero yo no entendía nada de amores entre hombres, yo iba a la Cantueña con David Mena a escalar rocas y a ocultarme en los campos de cebada. Éramos soldados. Llegábamos muy tarde a casa. Inexplicablemente, el día que fuimos toda la clase de excursión al planetario, Sara se le declaró. Y digo inexplicablemente porque Sara era una de las chicas más guapas de clase y David Mena era más bien feo, más bien torpe, más bien con gafas y de cuerpo más bien flacucho. Era una birria de chaval el pobre. Ahora le veo de vez en cuando por Parla como voluntario en Protección Civil, con su walkitalki y sus botas y su cara de chico más bien feo pero con suerte que se liga a una de las más guapas de la clase y se casa con ella y tiene hijos y son felices para siempre. A mí Paula nunca me hizo mucho caso. No tuvimos hijos. No fuimos felices. Quedamos un par de veces más pero volvió con su ex novio.
viernes, 31 de mayo de 2013
jueves, 30 de mayo de 2013
un ejemplo de lo que podría aparecer en mi próximo libro que puede que sea algo parecido a una novela pero todavía no estoy seguro
Quiero escribir sobre las implicaciones de estar vivo en el mundo contemporáneo.
Un poco de autoconsciencia está bien, pero demasiada es peligrosa, no conviene ahorcarse a los 47 años. Por eso ver la tele, ver algo de porno cada 5 horas, para disimular, para hacer como que no pensamos mucho en éso, fingir que el sol que entra por la ventana nos alegra, que nos encanta ver el día así, y vamos a la playa ¿no? mira qué día, hagamos algo.
Esforzarte, intentar creer que en el fondo no te da igual, que no te la trae floja mover el cuerpo y disfrutar y sonreír y sudar en una excursión por la montaña en lugar de quedarte en el sofá con la tele y el porno. Mover el cuerpo.
El cuerpo siempre antes que otra cosa, el cuerpo con su piel y sus riñones, el cuerpo con su garganta que se irrita, el cuerpo con su transfusión de medula espinal, tan necesaria, con su páncreas, con sus enzimas digestivas, el cuerpo con sus niveles de transaminasa glutamicooxalacética, con sus linfocitos, el cuerpo con sus piernas dobladas en la postura de semiloto, con su jornada de 8 a 6, el cuerpo con sus visitas al especialista, con su escoliosis, con sus repetidos dolores ideopáticos.
Cuando algo no va bien en la azotea voy al psiquiatra, el psiquiatra me da la mano y me pregunta qué tal estoy y si había mucho tráfico y qué me parece eso de tomar antidepresivos, yo le digo hola, le digo bien, bien, y por favor, sí, por favor, no puedo seguir con esta depresión, con esta cistitis imaginaria, esta bajada de defensas que hace que me salgan hongos en todas partes, esta depresión que empezó así, con un escozor, con unas ganas constantes de mear, dolores, picores por todo el cuerpo, los médicos me daban antibióticos, me mandaban análisis, pero los antibióticos no funcionaban, los análisis salían siempre negativos, no tienes nada, decían, estás bien, ¿que estoy bien? una mierda estoy bien, llevo meses sin encontrar la solución, sin poder levantarme de la cama, sin leer a Don DeLillo.
¿Has tenido relaciones sexuales de riesgo? ¿Te refieres a si he follado sin condón? sí, he follado sin condón, he follado mucho sin condón, pero yo no follo con cualquiera, suelen ser amigas, o amigas de amigos, gente de bien, chicas decentes que tardan varios días en responder al mail, o que te dicen por wassap que no pueden quedar, para mí eso es tan efectivo como un análisis, procuro tener relaciones serias, chicas con estudios, con móviles de última generación, chicas que leen a Murakami y adoran el cine de Godard.
Mis problemas de cistitis imaginaria sólo se me pasaban mientras follaba, mientras eyaculaba en el cuerpo de una chica. Entonces no pensaba en otra cosa, pero me costaba dormir, no podía estar tranquilo, jugaba a la play para no pensar, iba a clase de Teoría de la Literatura pero dejé las clases, intenté engañar al cuerpo con pastillas y recetas, pero nada, el cuerpo es listo.
El cuerpo es inteligente, tiene diplomas, sabe interpretar los gráficos, guarda el equilibrio, nos avisa cuando algo no va bien, el cuerpo habla, el cuerpo tiembla, el cuerpo se nos cae a pedazos, se atasca, se derrumba, se colapsa, se santigua, el cuerpo se calienta, se infecta, se inflama, se queja antes de saber que estamos mal, espera su turno en las tiendas de ropa, bebe Coca Cola, pregunta si hay descuento, se viene abajo, chirría, escuece, pica, el cuerpo se desangra, el cuerpo se entumece, se deshidrata, se rompe, le salen manchas, granos, hongos, fístulas, quistes, bultitos en la planta de los pies, ronchas, habones, sarpullidos, el cuerpo se estriñe, el cuerpo se descama, el cuerpo aprende a respirar como dios manda, el cuerpo se ahoga, palpita, suda, se marea, el cuerpo se enrojece, el cuerpo sabe que se no es bueno mirarse demasiado en el espejo.
Durante meses uno va cayendo, uno va dejando de ir a clase, uno va levantándose más tarde, saltándose cosas, pidiendo apuntes, llorando de dolor, haciéndose análisis de orina, de sangre, de heces, de semen, cultivos, más análisis, la irritación del escroto, el escozor al orinar, el peso de las mantas por las mañanas, el no poder dormir a oscuras, echar un colchón al suelo del salón y dormir con la tele encendida, la tele acompaña, la tele tranquiliza, ese sonido humano, ese calor corporal que es la radiación de los programas por la noche.
Estar vivo es horrible, estar vivo para qué, estar vivo para quién, no es bueno vivir solo, no es bueno estar soltero, siempre es necesario tener algunos platos que fregar, alguna mano que dar, un saludo al llegar a casa. Por qué nos deprimimos, no lo sé, la vida deja de hacer gracia, el estudio, la escritura, meterla y sacarla, el alimento para qué, cuidar de la mascota para qué.
Así que los análisis bien. Los cultivos bien. Pero yo seguía con la cistitis, seguía con el dolor, el escozor, el miedo, el colchón en el suelo del salón, el cuerpo sin ir a clase. Lloro en la consulta del psiquiatra. El psiquiatra me dice que todo está en mi cabeza, que la cistitis no es real, pero yo no me lo creo, imposible, lo noto aquí dentro, en la uretra. ¿Quieres probar estas pastillas? Lo que sea, si me van a ayudar me tomo lo que sea. Es que hay gente reticente a tomar antidepresivos. ¿Reticente? yo haré un club de fans.
Y empecé a tomar paroxetina. Gracias a la paroxetina, aumentaron los niveles de serotonina de mi cuerpo, el café de nuevo fue instantáneo, la ducha los fines de semana fue maravillosa, la música clásica, las clases de Teoría de la Literatura un auténtico coñazo. La vida volvió a emocionarme de nuevo. Lo malo de la paroxetina es que cuesta muchísimo correrse, así que el sexo era más largo, aguantaba mucho, demasiado, me salían rozaduras en la polla, las chicas decían que madre mía.
Etc.
Mente sana
El cuerpo siempre antes que otra cosa, el cuerpo con su piel y sus riñones, el cuerpo con su garganta que se irrita, el cuerpo con su transfusión de medula espinal, tan necesaria, con su páncreas, con sus enzimas digestivas, el cuerpo con sus niveles de transaminasa glutamicooxalacética, con sus linfocitos, el cuerpo con sus piernas dobladas en la postura de semiloto, con su jornada de 8 a 6, el cuerpo con sus visitas al especialista, con su escoliosis, con sus repetidos dolores ideopáticos.
El cuerpo es inteligente, tiene diplomas, sabe interpretar los gráficos, guarda el equilibrio, nos avisa cuando algo no va bien, el cuerpo habla, el cuerpo tiembla, el cuerpo se nos cae a pedazos, se atasca, se derrumba, se colapsa, se santigua, el cuerpo se calienta, se infecta, se inflama, se queja antes de saber que estamos mal, espera su turno en las tiendas de ropa, bebe Coca Cola, pregunta si hay descuento, se viene abajo, chirría, escuece, pica, el cuerpo se desangra, el cuerpo se entumece, se deshidrata, se rompe, le salen manchas, granos, hongos, fístulas, quistes, bultitos en la planta de los pies, ronchas, habones, sarpullidos, el cuerpo se estriñe, el cuerpo se descama, el cuerpo aprende a respirar como dios manda, el cuerpo se ahoga, palpita, suda, se marea, el cuerpo se enrojece, el cuerpo sabe que se no es bueno mirarse demasiado en el espejo.
martes, 28 de mayo de 2013
¿Cómo son las mujeres de verdad?
Las mujeres de verdad son mujeres que te llaman varias veces al trabajo para contarte cómo están y preguntarte qué quieres de cena o a qué hora sales y qué haces.
Con michelines.
Con bragas de algodón.
Esther era una mujer de verdad. Era alta, rubia, con una hija de 10 años y un Mini Cooper descapotable. Nos conocimos en una discoteca, nos miramos, bailamos, sentimos las leyes de Newton, sentimos la radioactividad. Todos sus amigos eran gays.
Tenía defectos. Sus herpes en la boca, el olor fuerte de su coño, su culo gordo, pero cuando gritaba de placer al llegar al orgasmo era perfecta, rubia, con las tetas operadas. Por las mañanas yo salía desnudo al balcón y gritaba buenos días. Así era nuestro amor.
Llamo a mi jefe por teléfono para decirle que me he enamorado, también llamo a la directora de Recursos Humanos para decirle que rechazo el traslado, que he conocido a alguien, que no puedo negar esto que siento, que me quedo aquí, que me deshago y que estoy muy a gusto en la empresa, claro, y que con el equipo muy bien, claro, la gente es lo importante, los proyectos, las ventas que vayan para arriba. Adoro mi trabajo.
Salgo a las ocho y voy corriendo a casa a follármela otra vez, a ponerla de culo mientras ella grita y me dice que tengo un hierro, y qué dura está, un hierro, qué dura, un hierro y me corro dentro porque con ella no me importa tener hijos, así era nuestro amor, la locura de tener un hijo con esta rubia que parece perfecta durante el primer mes, la novia ideal, la mujer ideal, la madre ideal. Salvo por el fuerte olor a coño que en realidad no me importaba.
Después de un mes decidimos hacer oficial nuestra situación sentimental en Facebook. Tenemos una relación. Esto va en serio, qué te crees. Me fui a vivir a su casa. Nos duchábamos juntos, desayunábamos con su hija, la acompañábamos al cole, éramos como un matrimonio en la salud y en la enfermedad, nos dábamos la mano, hacíamos footing juntos, me hacía unas mamadas increíbles.
Mientras yo estaba en el trabajo, Esther me llamaba varias veces por teléfono, al principio me hacía gracia, hola amor, te quiero amor, te echo de menos amor, pero en realidad tenía mucho trabajo y no hacía falta llamar tanto. Un día se lo dije, perdona cariño, tengo mucho que hacer, hablamos luego, no te enfades.
Pero se enfadó. Se enfadó mucho.
Y empezó a enfadarse mucho todo el rato. Gritaba, lloraba, tiraba cosas al suelo, se volvía loca. Todos los días pasaba algo que la hacía estallar. Cualquier gilipollez. Gritos, amenazas, eres un cerdo. ¿Pero por qué? Por las noches su hija nos oía desde su dormitorio. Lloré varias veces al borde de la cama. Pedí perdón. Empecé a sospechar que había algo podrido en ella, una mujer de verdad, el fuerte olor a coño debía ser por eso. La noche que me quitó el móvil de las manos y lo estrelló contra el suelo fue nuestra última noche juntos. Seguro que estábamos molestando a los vecinos.
Desde entonces busco mujeres de mentira, mujeres sin olor, sin sabor, mujeres cuya vagina sea como el coño de una muñeca hinchable, algo artificial, algo limpio y suave como un consolador de color rosa, una chica que escriba poemas a las tazas de café y haga fotos con una Nikon 5000, una estudiante con eccemas esporádicos debido al estrés de los exámenes, alguien con quien hablar por whatsapp y por skype, que viva con sus padres y fotocopie los apuntes dos veces por semana.
lunes, 6 de mayo de 2013
el 25% que me falta
¿Qué necesitas? no necesito nada material, salvo lo que ya tengo. Necesito lo que ya tengo para poder dejarlo a un lado, para hacer una maleta pequeña y no volver. Quiero irme para dejar las cosas fuera. Los muebles que son míos porque tengo las facturas, los muebles que compré, los muebles que pagué después de ahorrar y tener turno partido, los muebles que son míos para sentarme o tumbarme o dejar un plato aquí, los muebles para poder preocuparme de todo con mayor comodidad y orden, con los libros en las estanterías y las estanterías contra la pared.
¿Qué necesito que no tengo para sentirme afortunado? Me siento afortunado en un 75%, el 25% que me falta es lo que me quema y me siento a teclear porque es lo que me quema. Estar donde uno dede estar, hacer lo que uno debe hacer. La pasión de comunicar, la pasión de amar y ser amado.
Amar y ser amado como expresión es una puta mariconada.
Lo que me falta es aceptar ese 25% de mí mismo que no acepto, aceptarlo, hacerlo mío, devolvérmelo, mirar hacia eso que pasará mañana con ilusión y calma, no sentir que la vida se va sin enterarme, que se va sin morder, sin rasgar, que se va intacta envuelta en su plástico, así, tal y como la compré, como los muebles, no comamos mucha carne, no bebamos mucha leche, no fumemos tanto, no nos pasemos de listos. Cualquier día nos hacen un escáner porque nos duele algo y tenemos que buscar en la wikipedia eso que dicen que tenemos y que también tiene el otro 10% de la población.
Que moriremos pronto.
El caso es que moriremos pronto todos. Nos quedan ¿qué? 30, 40 años, llevamos ya 30 ó 40 años aquí y míranos, mira qué pintas, no aproveché al 100% mis músculos por miedo, no trabajé más mi resistencia, mis impulsos anaeróbicos, mis intuiciones, me dediqué a mirar fuera de mí y ver que era bueno, me dediqué a esa carne y esa carne, me dediqué comer y huir por si las moscas.
Lo que me falta es penetrar y vivir dentro.
viernes, 3 de mayo de 2013
Neanthertal
Complicado es escribir a estas horas.
Sentarse al borde de la cama, descalzarse, matar un bicho verde que revolotea alrededor de la lámpara de la mesita. Matando bichos que vuelan soy una nenaza. Me pongo Spotify para no oír nada. Escribo sin pensar. Al abrir el ordenador, aparece otra vez la perenne (ya está) sensación de sueño.
Mi cuerpo dice no, no a la escritura, no a volver a ser quien antes era, antes de abrir libros de autoayuda, antes de pagar 80 € a la semana al señor Walter. Mi psicólogo se llama Walter, es argentino, como todos los psicólogos.
Mi cuerpo dice no a seguir viviendo sin mirar atrás, escribir es mirar atrás, mirarse dentro, tocar cables de teléfono, cargadores, matar bichos que vuelan. No poder escribir es como no poder respirar, como esa neumonía que no te deja reír con ganas, quiero sacarlo todo, entro en las librerías y me veo a mí mismo escribiendo la gran novela, el gran libro de poemas que revolucionará la cosa literaria, vendrán otros poetas a decirme a aplaudirme a honrarme a darme premios a darme trabajo, me veo en lo alto, me veo contestando las preguntas, poniendo caras en las fotos, pero cuando abro el portátil siempre aparece un bicho verde que lo jode todo, me da sueño, me mandan un wassap, el mundo contra mí, el cuerpo contra mí, el deseo de ser más grande que se queda en nada.
Ser más grande.
Para ser más grande hay que empezar de cero, hay que respirar con el vientre, hay que buscar, leer, sentir, cerrar los ojos como estoy haciendo ahora mismo para recordar exactamente qué pasaba por mi cabeza la noche que fui a urgencias pensando que tenía cáncer de piel. Qué chispa salta que lo echa todo abajo. Cómo puede uno llegar a la una de la madrugada, en la cocina, a pensar que eso que solo es hiperpigmentación, que está clarísimo que es hiperpigmentación, como puede uno correr a mirarse en el espejo del baño y decirse que esto es cáncer, fijo, corre, coge un taxi, vete a un hospital, enséñale la mancha a una gorda con gafas que no tiene ni puta idea y que al verlo se preocupa y sale de la sala y tarda como 15 minutos en volver, ¿qué estará haciendo? ¿estará mirando en google lo que tengo? joder, eso ya lo he hecho yo en casa antes de venir, por eso mismo he venido, por mirar en google, por escribir “cáncer de piel” y ver que todo coincide, lo mismo si pongo “chancras” también lo tengo, o “sarcoidosis”. La gorda con gafas y bata de médico me pregunta si me pica, si me supura, joder pues no ves que no supura, no ves que simplemente soy gilipollas. Dime que no es nada y déjalo correr y no te vayas 15 minutos y me dejes solo en una camilla mirando los tubos de oxígeno. Al volver a casa en taxi no me lo podía creer, desde luego no es la primera vez que me pasa, pero sí es la vez en la que más consciente soy de que no es normal dejarse llevar así por el temor.
Dejarse llevar por el temor es lo que me pone en la situación de no escribir, cómo escribir si no lograré nada bueno, no lograré subir, no lograré expresar mi forma de intuir el mundo. El mundo no se puede ver, el que ve el mundo solo ve camiones que descargan cajas y taxistas que buscan ese hueco para acelerar, el mundo se intuye, intuir es la forma literaria de conocer, no ver, no mirar, no tocar la madera de la puerta, el calor del radiador, la intuición de alguien que saca la lengua en una foto, de alguien que dice palabrotas para mantenerse a salvo, la intuición para salir movidos en las fotos, la intuición para permanecer despierto, permanecer vivo, me pregunto cómo teniendo miedo a morir quiero morir a veces, la intuición de que un paso más allá podemos llegar a algo, a alguien, a algo, una tortilla de patatas es una intuición, un fin de semana limpio como un escáner cerebral.
Ayer salí de la consulta del psicólogo y Barcelona era una ciudad para estar vivos, teníamos el sol, teníamos ruido de pájaros, teníamos un jardinero que regaba los setos con una manguera, yo andaba sin molestias en la piel, y me decía a mí mismo que vivir era exactamente esto, me jodía no poder dejar de pensar en el futuro, no el futuro de dentro de 10 años, sino el futuro inmediato, lo de dentro de unas horas, lo de mañana, la factura que amenaza, el trabajo que espera, el dolor que llegará, aun así, intuí algo parecido a la felicidad, algo así como un significado concreto para el mundo, un significado para ese color azul del cielo y esas manchas de humedad en la cortina de la ducha.
Y alegrarme por estar aquí, alegrarme por mis fibras musculares, por todo lo que funciona más o menos bien, por todo eso que puedo hacer todavía, esa ausencia de límites físicos, saltar, correr, gritar, rodar por el suelo, resolver una ecuación, carcajearme. Habría que celebrar diariamente todo eso que todavía funciona, brindar por esos nervios que transportan la información sin interrupciones en la médula espinal.
Me la suda si no vuelvo a escribir nada, me la suda no ser Dante, no ser Whitman, teclear aquí no me hace sentir más vivo, no me sitúa en una tarde de sol con ruido de pájaros y jardinero que riega setos con manguera. El año de vida que nos queda se nos va mientras estudiamos la gramática, poniendo mala cara, escupiendo sangre.
Yo quiero probar muchas más cosas por primera vez todos los días, pastorear ovejas, asar chorizos, comer queso, quiero ver a la gente en su estado natural, lejos de exposiciones y conciertos, lejos del must, del in, lejos de las rebajas, de los atajos, lejos de las peluquerías y los restaurantes.
Quiero ver a la gente de perenne buen humor.
Sentarse al borde de la cama, descalzarse, matar un bicho verde que revolotea alrededor de la lámpara de la mesita. Matando bichos que vuelan soy una nenaza. Me pongo Spotify para no oír nada. Escribo sin pensar. Al abrir el ordenador, aparece otra vez la perenne (ya está) sensación de sueño.
Mi cuerpo dice no, no a la escritura, no a volver a ser quien antes era, antes de abrir libros de autoayuda, antes de pagar 80 € a la semana al señor Walter. Mi psicólogo se llama Walter, es argentino, como todos los psicólogos.
Mi cuerpo dice no a seguir viviendo sin mirar atrás, escribir es mirar atrás, mirarse dentro, tocar cables de teléfono, cargadores, matar bichos que vuelan. No poder escribir es como no poder respirar, como esa neumonía que no te deja reír con ganas, quiero sacarlo todo, entro en las librerías y me veo a mí mismo escribiendo la gran novela, el gran libro de poemas que revolucionará la cosa literaria, vendrán otros poetas a decirme a aplaudirme a honrarme a darme premios a darme trabajo, me veo en lo alto, me veo contestando las preguntas, poniendo caras en las fotos, pero cuando abro el portátil siempre aparece un bicho verde que lo jode todo, me da sueño, me mandan un wassap, el mundo contra mí, el cuerpo contra mí, el deseo de ser más grande que se queda en nada.
Ser más grande.
Para ser más grande hay que empezar de cero, hay que respirar con el vientre, hay que buscar, leer, sentir, cerrar los ojos como estoy haciendo ahora mismo para recordar exactamente qué pasaba por mi cabeza la noche que fui a urgencias pensando que tenía cáncer de piel. Qué chispa salta que lo echa todo abajo. Cómo puede uno llegar a la una de la madrugada, en la cocina, a pensar que eso que solo es hiperpigmentación, que está clarísimo que es hiperpigmentación, como puede uno correr a mirarse en el espejo del baño y decirse que esto es cáncer, fijo, corre, coge un taxi, vete a un hospital, enséñale la mancha a una gorda con gafas que no tiene ni puta idea y que al verlo se preocupa y sale de la sala y tarda como 15 minutos en volver, ¿qué estará haciendo? ¿estará mirando en google lo que tengo? joder, eso ya lo he hecho yo en casa antes de venir, por eso mismo he venido, por mirar en google, por escribir “cáncer de piel” y ver que todo coincide, lo mismo si pongo “chancras” también lo tengo, o “sarcoidosis”. La gorda con gafas y bata de médico me pregunta si me pica, si me supura, joder pues no ves que no supura, no ves que simplemente soy gilipollas. Dime que no es nada y déjalo correr y no te vayas 15 minutos y me dejes solo en una camilla mirando los tubos de oxígeno. Al volver a casa en taxi no me lo podía creer, desde luego no es la primera vez que me pasa, pero sí es la vez en la que más consciente soy de que no es normal dejarse llevar así por el temor.
Dejarse llevar por el temor es lo que me pone en la situación de no escribir, cómo escribir si no lograré nada bueno, no lograré subir, no lograré expresar mi forma de intuir el mundo. El mundo no se puede ver, el que ve el mundo solo ve camiones que descargan cajas y taxistas que buscan ese hueco para acelerar, el mundo se intuye, intuir es la forma literaria de conocer, no ver, no mirar, no tocar la madera de la puerta, el calor del radiador, la intuición de alguien que saca la lengua en una foto, de alguien que dice palabrotas para mantenerse a salvo, la intuición para salir movidos en las fotos, la intuición para permanecer despierto, permanecer vivo, me pregunto cómo teniendo miedo a morir quiero morir a veces, la intuición de que un paso más allá podemos llegar a algo, a alguien, a algo, una tortilla de patatas es una intuición, un fin de semana limpio como un escáner cerebral.
Ayer salí de la consulta del psicólogo y Barcelona era una ciudad para estar vivos, teníamos el sol, teníamos ruido de pájaros, teníamos un jardinero que regaba los setos con una manguera, yo andaba sin molestias en la piel, y me decía a mí mismo que vivir era exactamente esto, me jodía no poder dejar de pensar en el futuro, no el futuro de dentro de 10 años, sino el futuro inmediato, lo de dentro de unas horas, lo de mañana, la factura que amenaza, el trabajo que espera, el dolor que llegará, aun así, intuí algo parecido a la felicidad, algo así como un significado concreto para el mundo, un significado para ese color azul del cielo y esas manchas de humedad en la cortina de la ducha.
Y alegrarme por estar aquí, alegrarme por mis fibras musculares, por todo lo que funciona más o menos bien, por todo eso que puedo hacer todavía, esa ausencia de límites físicos, saltar, correr, gritar, rodar por el suelo, resolver una ecuación, carcajearme. Habría que celebrar diariamente todo eso que todavía funciona, brindar por esos nervios que transportan la información sin interrupciones en la médula espinal.
Me la suda si no vuelvo a escribir nada, me la suda no ser Dante, no ser Whitman, teclear aquí no me hace sentir más vivo, no me sitúa en una tarde de sol con ruido de pájaros y jardinero que riega setos con manguera. El año de vida que nos queda se nos va mientras estudiamos la gramática, poniendo mala cara, escupiendo sangre.
Yo quiero probar muchas más cosas por primera vez todos los días, pastorear ovejas, asar chorizos, comer queso, quiero ver a la gente en su estado natural, lejos de exposiciones y conciertos, lejos del must, del in, lejos de las rebajas, de los atajos, lejos de las peluquerías y los restaurantes.
Quiero ver a la gente de perenne buen humor.
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